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De Principes despeinados, con vaqueros y gafas de sol

Y si...

"¡Vamonos!", eso fue lo que le dijo nada más abrirse la puerta, en el mismo momento que lo agarraba del brazo y tiraba de él con una fuerza que Thomas desconocía en ella. Bajaron las escaleras a trompicones, saltando prácticamente de rellano en rellano, y salieron del recinto cual almas que perseguía el diablo. Y ahora estaban ahí tirados, en ropa interior bajo un sol que empezaba a calentar, y con el cesped húmedo pues todavía tenía restos del rocío de la noche anterior. En silencio estuvieron más de una hora, con las cabezas juntas, sin pensar en nada. 

El se levantó sin mediar palabra, agarró su mochila y sacó un paquete de tabaco. Ella seguía sus movimientos con la mente, Gwenda a veces no entendía muy bien que es lo que quería Thomas, y Thomas no paraba de explicárselo una y otra vez. Sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca y lo prendió. Se quedó así, sentado junto a Gwenda, mirando a ningún sitio tras el cristal de sus gafas de sol. Eran raros el uno para el otro, ninguno estaba nunca cuando realmente se necesitaban, pero ninguno podía dejar de pensar en el otro aún cuando pasaran días sin verse.

Intentó coger la mano de Thomas, pero este se levanto unos instantes antes, sin abrir la boca se metió en la casa, confusa buscó en la mochila de su acompañante y sacó un cigarro, lo desmenuzó y de su bolsillo sacó un paquete de papel de fumar y una pequeña piedrecita que calentó con el mechero y fundió con el tabaco desmenuzado. Thomás apareció con una botella de vino y dos copas en la mano. Se sentó junto a Gwenda, abrió con asombrosa parsimonia y habilidad el vino, y le tendió una copa, ella terminó el nuevo cigarro y agarró la copa, él le sirvió un poco de vino, luego se sirvió a sí mismo. Apartó la botella y le quitó el cigarro recién hecho de la boca y le dió una gran calada. 

El silencio seguía siendo el protagonista de la situación. Estaban en un lugar importante para ellos, en mitad del campo, tirados en el pequeño rinconcito de cesped que el plantó para uso y disfrute de ambos, ella volvía a tener el cigarro, y el volvió a quitárselo para llenar sus pulmones de ese aíre aderezado que ella había preparado, le devolvió el cigarro, y la acercó hacia su cabeza para decirle al oído en un susurro casi ininteligible "¿Y si esto no fuera un relato?¿Y si fuera real?"

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