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De Principes despeinados, con vaqueros y gafas de sol

Vivir sin reloj

Necesitaba desconectar de todo, necesitaba hacer lo que más me apetecía, necesitaba no hacer nada. Necesitaba no saber que hora era, comer cuando tuviera hambre, dormir cuando tuviera sueño, hablar cuando tuviera ganas, moverme cuando fuera necesario, vivir gastando la menor de las fuerzas posibles. Creo que merecía unos días así, descansando, sin vivir esclavo del reloj, sin estar pendiente de las cosas que aparentemente importan. Disfrutar, descansar, beber, vivir... Por fin he conseguido, aunque fuera por un par de días saber lo que se siente al estar vivo, al no ser un autómata, tres días en los que sin hacer nada, he conseguido vivirlo todo.

Llegué con algo de desilusión, los planes no estaban saliendo como yo esperaba, pero eso no es algo nuevo, siempre se jode algo, (tu lo sabes bien ¿verdad?), pero aún así, fui cambiando sobre la marcha, llegué, aparqué mi coche debajo del soportal, me deshice de todo lo que me sobraba, y me senté a la sombra del viejo pino, recostado sobre el cesped, empecé a ver algo que siempre estaba ahí pero que, por diferentes motivos, nunca me llamaba la atención, el cielo estaba totalmente despejado, era un extraño e ingrávido mar que se perdía donde mi vista no llegaba, giré la cabeza hacia un lado y vi el cesped, maltratado por el sol, miré hacia el otro y vi la manguera, así que me puse manos a la obra, refresqué el cesped, me acerqué a una de las hamacas, y cogí mi macbook y mi iphone, me senté al frescor del cesped recién regado y a la sombra del pino que parecía agradecerme esa lluvia que le dejé con la manguera. Fue en ese mismo instante, cuando después de conectarme a la red de redes, decidí dejarme llevar por la algarabía de esa calma que lo invadía todo. Fue el momento en el que mi reloj se paró.

Al día siguiente mismo modus operandi, me levanté sin saber que hora era, me hice una tostada con mantequilla y un tazón de leche con galletas, abrí las puertas de la casa, y allí estaba todo igual que la noche anterior, tranquilo, sin ruidos, el sol, ese mar en el que yo había convertido el cielo. Han sido dos noches y dos días,  en los que he conseguido saber lo que realmente es vivir, disfrutar de todo, sin hacer absolutamente nada.

Yo os recomiendo que practiquéis eso, acudir a un sitio donde sepáis que podéis hacer nada, y descansar, despojaros del reloj, del móvil, y de todo lo que os aferre a la vida en la ciudad, y dedicaros un par de días.

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